
Estoy aquí para hablar de lo que nos une, de lo que considero más importante. Y escribo estas palabras desde el corazón anhelando un mundo unido. Esa visión, ese sueño viven en mí. Lo creo posible porque lo veo por todas partes cada día de mi vida. Signos de unión, signos de amor. En cada caricia, cada muestra de afecto, cada sonrisa, cada acción desinteresada, cada entrega desde lo más profundo de nosotros.
Observo en mi imaginación cómo las personas se miran a los ojos y finalmente se ven. Cómo se cogen de la mano y se acompañan en el camino. Cómo dejan de juzgarse y de criticarse por minucias existenciales que no van a ningún lado y se centran en la verdadera valía de todo ser humano. Sería muy conmovedor que comenzáramos a ver esa gran belleza que todos llevamos dentro, tanto que se me saltan lágrimas de felicidad.
Sobran las palabras, los pensamientos. Solamente hace falta mirar, mirar de verdad y saber ver. Ver a través del aspecto, de la apariencia, de las etiquetas, del pasado, del ego… para ver a esa forma de vida que tenemos delante, ese ser humano. Y descubriremos asombrados que nos vemos reflejados, que al ver a los demás nos vemos a nosotros. No puede existir el odio, el daño, el juicio en presencia del amor.





Desde pequeña he sentido una gran fascinación por el mundo vivo y especialmente por los animales. Soñaba con salvar especies de las garras de la extinción y con proteger la Naturaleza. Dirigiéndome hacia ese camino decidí formarme en Biología, la ciencia de la vida. Me aportó una visión general maravillosa sobre cómo funciona el rico y diverso mundo natural en el que vivimos y convivimos.
Posteriormente me especialicé como no pudo ser de otra manera en Ecología, la rama de la Biología que estudia las relaciones e interacciones entre los seres vivos y su entorno (todo está conectado y todo depende de todo). Continué mi formación estudiando un máster en Conservación de la Biodiversidad y Ecología tras el cual decidí no proseguir en el ámbito científico ni dedicarme profesionalmente a la Biología. Sin embargo, el amor por la Naturaleza y todos los seres vivos no ha dejado nunca de estar muy presente en mi corazón y sigue dictando mis pasos y mi vida.
Abandonar la Biología como proyecto profesional y vital y soltar mi etiqueta de “salvadora de la Naturaleza”, con la que siempre me había identificado (y que daba el mayor sentido a mi existencia) fue un duro golpe personal. Pasé una época convulsa bastante confundida y desorientada sin saber a qué agarrarme, ni hacia dónde dirigir mi vida. Sin embargo, terminó siendo una de las experiencias más profundas y reveladoras que jamás he experimentado. Con el tiempo fui naturalmente redirigida y atraída de una manera muy poderosa hacia el mundo espiritual; hacia una vida de autoconocimiento, servicio y entrega; hacia el camino del Yoga.
Me di cuenta de que no había nada más importante en mi vida que hacerme responsable de mi estado de conciencia, que convertirme en un ser humano que trabaja y se esfuerza para alcanzar la sabiduría, la plenitud y la paz interior. Y durante y después de ese proceso, acompañar a otras personas para que también puedan responsabilizarse de su estado de conciencia.